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Les dejo este poema de Gustavo Adolfo Becquer para que nos sirva como punto de partida en este recorrido.


Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
veíase el arpa.
.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
.
¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga «Levántate y anda»!



Hago aquí un intento de interpretación del poema, sujeto, claro está, a críticas.
Pienso que “el salón” podría ser nuestra vida, nuestra alma. Allí vive “el genio”, que podríamos pensar que es nuestro yo, la parte más íntima de nuestro propio ser. El arpa lleva en sí de forma potencial un mundo maravilloso de sonidos – que son su forma de expresarse, de ser -, pero si nadie pulsa sus cuerdas esos sonidos no cobrarán vida. También nosotros, los hombres, tenemos nuestra música, nuestro “sonido” propio, único, irrepetible, que espera ser “arrancado” por la “mano de nieve” de nuestra voluntad dispuesta a ejecutar su música. Pero así como para ejecutar un instrumento debemos primero aprender la técnica correspondiente, también para poder hacer salir de nosotros esa melodía única que es nuestra individualidad, debemos conocer el instrumento – a nosotros mismos-. Al comienzo nuestra música no sonará como una gran obra de arte, pero si perseveramos en el intento de dominar nuestro arte obtendremos los sonidos más hermosos, que yacen en el fondo, en lo más profundo de nuestra propia alma.

Verónica. 

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